Un niño es un alma en un cuerpo chiquito. Es un ser que viene a experimentar la vida y a nutrirse de ella. Un niño es un ser lleno de inocencia y amor. Una esponja que absorberá lo que reciba.
Mientras más amor, contención, buenos ejemplos y buenos recuerdos sembremos en ellos, esa alma tendrá un espacio sagrado para desarrollarse y evolucionar y así devolver a la vida más de lo que recibió.
Un niño es la materia prima que se transformará en aquello que recibe de las manos que lo moldean, ya sean caricias o golpes. Un niño es una promesa de la vida y una esperanza de la humanidad.
Proteger a nuestros niños es evitar que se conviertan en carne para los pederastas, en negocio para los explotadores, en instrumento para los dealers, en producto para la trata de personas y en pretexto para manipular y chantajear en una mala relación. No permitamos que sean explotados ni violados sus derechos.
La carcajada de un niño es Dios cantando y divirtiéndose a través de sus seres consentidos.
Los hijos no nos salen malos (ni que fueran aguacates). Los niños son un resultado de lo que hicimos o dejamos de hacer con ellos. Recuerda que “por sus frutos conoceréis al árbol”. ¿Qué dicen esos frutos de ti?
Nunca habrá demasiados abrazos ni demasiados besos y cargarlos en nuestros brazos nos dura muy poco porque crecen y vuelan. Los principios y valores serán una guía en su camino. Y los límites para ayudarlos a madurar son también una demostración de amor. Jamás un golpe será una buena idea para educar a nuestros hijos. Las heridas físicas y emocionales no se olvidan jamás.
Lo mejor que les podemos dejar a nuestros hijos es una buena educación, un buen ejemplo y muchos buenos recuerdos.
Hagamos un buen trabajo con nuestros niños recordando nuestra propia infancia y reflexionando qué nos hubiera gustado recibir para cambiar nuestro destino. La autoestima y estabilidad emocional se construyen desde la cuna.
Solo por hoy deja huella y trasciende a través de tus niños más cercanos.