Somos seres individuales con historias personales que durante la vida nos vamos relacionando con el entorno desde que nacemos hasta que morimos.
Cada uno nace con un temperamento especial. Hay niños que desde pequeñitos muestran liderazgo o sumisión, también vemos almas retraídas y nostálgicas y otros que son como maracas y cascabeles alegrando el día o exagerando en todo. También existen los niños que a corta edad muestran amargura, enojo, alto intelecto o inteligencia emocional. En fin, como en botica habemos de todo.
Nuestra familia, escuela, entorno social, cultura, religión, etc., se encargarán de irnos domesticando, es decir formando un carácter. La famosa educación altera en muchas ocasiones ese temperamento cuando las reglas nos cortan la espontaneidad natural. En muchas ocasiones los correctivos pueden exacerbar un temperamento agresivo o pueden generar impotencia y rencor; y por supuesto todo esto va a conformar nuestra personalidad.
El caso es que somos como jarras vacías al nacer que con el tiempo vamos acumulando información y a la hora de relacionarnos lo vamos a verter en las personas cercanas. Las relaciones humanas son interacciones diarias con gente de todo tipo, es decir todo tipo de jarras: jarras con agua pura, jarras con líquido dulce, jarras con veneno, jarras con cochambre. Todo según lo que hemos ido acumulando en la vida.
Cuando entiendes esto es más fácil aprender a relacionarte. Entenderemos que todos somos un resultado, pero tú decides si te sigues relacionando con una jarra negativa y sobre todo poner tu vaso para que esa persona derrame todo su contenido afectándote. También puedes entender que no es personal porque nadie da lo que no tiene, pero poner límites y mantenerte alejado de lo que te afecta o te lastima, es una buena decisión.
Vale la pena analizar de qué está llena tu jarra: de amor, lealtad, armonía; o intolerancia, frustración y amargura. Debemos ir equilibrando y evolucionando con el tiempo porque al final de los tiempos la gente nos recordará por ese “líquido” que derramamos a nuestro paso.
No es nada fácil relacionarnos, pero es una responsabilidad controlar nuestro temperamento, formar un buen carácter y desarrollar una personalidad sana. La convivencia diaria es como un gimnasio que nos permitirá pulir esa parte humana y entender que los demás no tienen la culpa de lo que hemos ido acumulando.
¿De qué está llena tu jarra?